1.
LA NOCHE DEL HOMICIDIO
Todo comenzó la noche del treinta y uno de octubre
del año mil novecientos noventa y cinco, a las afueras del bar “Vieja Escuela”.
Aproximadamente a la una de la madrugada, un auto se estacionó detrás del bar.
Del auto salió el famoso Percival Lloyd, un comediante inglés de principios de
los años ochenta que ahora daba nuevamente una gira de su rutina multicultural
a lo largo de los bares y restaurantes más grandes de cada país. Un hombre
astuto y elegante, conocedor de lenguas y costumbres, filántropo, y que dejaba
más que solo gracia en cada una de sus rutinas. Sin duda, parte de una cultura
refinada que pocos en esos días apreciaban ya.
En el asiento de acompañante estaba su hijo. A Percy
Jr, por el contrario, le gustaba la fotografía, era muy solitario, pero
claramente un artista como su padre. Y como artista, sufría por su arte, a su
manera. Mientras que su padre hacia reír a las personas enmarcando una realidad
en palabras y gestos, él las hacía profundizar en una imagen.
Mientras Percival padre hablaba con el dueño del
bar, Alfredo Cassinetta estaba en la barra bebiendo un vaso de ginebra. ¿Quién es Alfredo Cassinetta?, dirán. Un
músico de rock nacional cuarentón de poca fama. En su momento pudo vender
algunos discos y tuvo tres singles, pero nunca fue alguien altamente
reconocido. Fue el primero en salir del bar luego de que se escuchó el grito de
horror. Un grito en respuesta a un disparo que estremeció toda la calle General
Mansilla.
El disparo se oyó a lo largo y a lo ancho de toda la
cuadra y las adyacentes. Fueron testigos los viejos japoneses dueños de la
Lavandería Komura frente al bar. De esa pareja de ancianos asiáticos, fue la
mujer quién gritó. La calle estaba oscura, y nadie pudo ver al atacante armado…
o casi nadie. El hecho es que instantáneamente el ambiente se llenó de voces y
murmullos arrulladores. Muchos salían del bar a presenciar el cuerpo de la
víctima, horrorizados. El dueño del bar que se encontraba en la parte trasera
junto con Lloyd, corrió hacia la entrada para ver qué había pasado. Luego de
llevarse el susto de su vida, se dirigió adentro a llamar a la policía, igual
que Cassinetta desde su teléfono móvil. Lloyd, desde la esquina del bar
observaba lo que había pasado. En su mente sólo se escuchaba “¿Habrá sido ese tipo?”.
Media hora más tarde, con un grupo de personas,
incluidos Cassinetta y Lloyd, reunidos alrededor del cuerpo, la policía hizo
acto de presencia.
—Un desastre —una persona bajaba de la patrulla—.
¡Un verdadero desastre!— Oscar Bonzzi, un viejo detective de la policía que
llevaba casi cuarenta años de servicio, se dirigió al cuerpo — ¿Y alguien me
explica por qué pasa algo así justo en este momento? ¿En este lugar? ¿Qué es
esto? ¿Una comedia barata de Hollywood? ¿Una trama trillada? Por el amor de
Dios. ¿Alguien me dice quién era?
—Se llamaba Andrés Gierardi.
—Perfecto, caso resuelto —dijo con sarcasmo—.
¡Quiero info, flaco! Lugar de trabajo, familia, DNI, obra social, auto, nombre
del perro, cuantas veces cagaba al día… ¡Andá a hacerme un informe, querido!
—El policía asistente asintió y se retiró apresurado— Vivo rodeado de inútiles.
—Señor, ¿es algo tan importante? —dijo otro
subordinado.
—Vos no te das cuenta, ¿no? —suspiró—. Mirale la
pierna— en efecto, al sujeto también le habían disparado cerca del tobillo.
— ¿Es esa…?
— ¿Qué te parece? —hizo una pausa para que el
policía novato lo mirara a los ojos— Más vale que es. Ese tipo nos está
jodiendo la existencia. Quiere que lo descubramos. Por eso firma así a sus
víctimas, ésa es su marca. Asesino hijo de puta.
Bonzzi tenía su temperamento, pero ese día estaba
más nervioso que de costumbre. Al verlo, Percival decidió avanzar.
—Disculpe, señor detective —comenzó a decir.
—Mirá vos, pero si es el gran Percy Lloyd. Verdad
que usted iba a actuar en este antro. Admiro su rutina.
—Muchas gracias… —dijo tratando de sonreírle al
excéntrico detective—. ¿Podría decirme qué pasó?
— ¿Por qué quiere saber? Es un caso policial, no hay
nada que ver, lo lamento.
— Lo escuché hablar de un asesino y una marca.
Quiero… contribuir.
—Oh. Noble.
—Por favor. Creo haber visto al atacante.
— ¿Es así?
—Yo también lo vi —era una voz diferente esta vez—,
desde la ventana del bar.
— ¿Alfredo Cassinetta? Las estrellas caen del cielo,
qué maravilla —a Cassinetta le sorprendió que lo reconociera. Volvió a lo que
quería decir.
—El tipo estaba envuelto en una especie de gabardina
o piloto negro. Inclusive usaba guantes —continuó la “estrella” musical.
— ¿Puede afirmar lo que el señor dice? —se dirigió a
Lloyd.
— Eh… sí, por supuesto.
— Vaya usted, tenemos a todo un profesional acá.
A ambos personajes, Lloyd y Cassinetta, les asustaba
un poco el comportamiento de Bonzzi. Si usted lo viera también lo haría. Esa
cara arrugada, con patas de gallo y ojos cansados. Ese bigote bien arreglado,
desteñido por los años. Esa indiferencia hacia el muerto…
Se vio una silueta cruzando la calle. Bonzzi sabía
que pronto llegaría otra persona a la escena.
—Más interrupciones… —se lamentó Bonzzi—. Lo siento,
no puede pasar —le dijo casi gritando a la figura oscura.
—Creo que podría ayudar —quien hablaba era un chico
asiático de unos veintisiete o veintiocho años—. Me llamo Nobuhiro Komura y
quizás le interese lo que tengo para decirle.