lunes, 16 de abril de 2018

Capítulo V - LA PISTA INÚTIL


5.     LA PISTA INÚTIL
Percy buscaba algo en su bolsillo. Miró a la pared de ladillos sobre la que se encontraba la puerta trasera del bar. Las jóvenes hermanas seguían discutiendo fuera del estacionamiento, a un lado de la entrada, pero él no podía oírlas. Sacó la mano de su bolsillo y vio seriamente la foto que había tomado unos momentos atrás. Estaba demasiado oscuro donde estaba parado, así que decidió moverse debajo de un farol para alumbrar la fotografía. En esencia, el flash había iluminado al sujeto. Sólo había un problema. Usaba una máscara de lana. Esa foto no le servía demasiado, ni a él ni a la policía. No daba un indicio, o al menos no uno que Percy reconociera, de dónde poder encontrar al criminal, y él era bueno detectando ese tipo de detalles en las fotografías. Ni manos, ni pies, muñecas, tobillos, cuello, nada. No había nada que delatara algo acerca de dónde encontrar al asesino, o alguna característica física incriminatoria. Percy notó que las chicas con las que se había encontrado estaban entrando al estacionamiento nuevamente, así que decidió guardar la foto. Esas chicas eran especiales, Percy lo presentía. Lo notaba en la forma en la que actuaban, en lo serias que eran con respecto a unos aspectos relacionados con la escena del crimen y en cómo esa niña no estaba para nada asustada de encontrarse en una situación tan oscura.
— ¿Qué discutían?
— Algo personal —respondió Malén.
— ¿En todo caso, qué piensan hacer? Con respecto al caso, me refiero.
— Vamos a encontrar al asesino —se apresuró a decir Anahí.
— ¿Ustedes piensan que pueden interponerse en una investigación policial, para dar con un criminal que viene matando gente desde hace meses, y hacer el trabajo de gente con años de entrenamiento y experiencia mejor que ellos mismos?
— Bueno… —cuando lo veía de ese modo, Eluney, que era la mayor, recapacitaba un poco acerca del asunto, pero — yo creo no es imposible.
— Okay, es verdad. Desde que empecé a estudiar fotografía que tampoco lo creo. Pero me parece algo extremo. Digo, ¿Cómo se les ocurrió hacer esto? Entiendo que muchos fantasean con ser un Sherlock a su edad, pero nadie llega tan lejos. Tienen ver la realidad — Anahí se mostró desilusionada. Sus ojos que brillaban al ver a Percy ahora se veían más como un vacío oscuro.
— ¡Pero nosotras somos lo mejor que hay! —reclamó.
— ¿Lo mejor? — se extrañó Percy por el término, pero le llamó el interés ese entusiasmo y autoconfianza.
— ¡Sí! Si alguien de nuestra edad lo puede hacer, no es nadie más que nosotras.
— Tenemos ciertas habilidades — dijo Eluney — y sabemos que son suficientes para igualarnos a esos oficiales. Eso si estamos juntas.
Ahora Percy sí se extrañó completamente. Sin gracia alguna. Parecían hablar con toda la sinceridad posible. Creía, muy levemente, que el hecho de que la niña de cinco años no temiese a la situación, podía llegar a tener algo de sentido. ¿Serían superdotadas? ¿Las cuatro? Era algo muy poco probable, al igual que atrapar al criminal, o que justo se encontraran con él, que tenía suficiente habilidad como para contribuir al emprendimiento ficticio e inverosímil de esas adolescentes y su hermanita.
— ¿Ustedes creen —empezó a decir — que yo pudiese aportar algo? — las chicas Del Campos quedaron impactadas, así porque fue sorpresivo para ellas, tanto como porque Percy Lloyd las estaba apoyando.
— ¡Pero dijiste que era algo extremo e irreal! — dijo Malén.
— Cambié de opinión. Puede que haya un sentido para todo esto. ¿Quién sabe? Quizás hasta haya un destino que nos dijese que tenemos que atrapar a este tipo.
Las caras pecosas de las tres chicas adoptaron un color rojizo al escuchar la palabra “destino”. Anahí estaba parpadeando muy rápido, ese era un tic que siempre la delataba cuando estaba con un chico al que veía como ahora veía a Percy, o… con un lindo perro. Eluney, por el contrario, luchaba tratando de ocultar una sonrisa, a tal punto que se tapaba la boca con una mano. Malen se mantenía seria, pero sorprendida y frustrada al mismo tiempo por no poder decir nada.
— Yo… — decía Eluney — creo que podríamos incluirte… pero… Necesitamos algo, alguna muestra de que vas a servir de algo. ¿No? — miró a sus hermanas, que asentían. Sin embargo, luego intercambiaron una mirada que pudieron leer muy bien la una de la otra. Una mirada que decía “cuidado”.
— Tengo algo que quizás las convenza. Aunque no sé si va a ser de mucha ayuda — metió su mano en el bolsillo y se dispuso a sacar la fotografía que le había tomado al delincuente durante su fuga. Caminó hacia las hermanas y les entregó la imagen del sujeto que no tenía nada de piel al descubierto.
— ¿Vos tomaste esto? — preguntó Eluney.
— Sí. Después de escuchar el disparo. El tipo salió corriendo y pude tomar su foto.
— Por la relación que tiene con respecto a la entrada — empezó a decir Anahí — y teniendo en cuenta las cosas del fondo que están a la salida, ese cartel, la lavandería de enfrente, la profundidad… Yo diría que el tipo mide un metro, ochenta y cuatro centímetros, aproximadamente. Además parece ser muy flaco teniendo en cuenta la cantidad de prendas de ropa que lleva y no se ve muy ancho.
— ¡¿Cómo?! — se sorprendió Percy. — ¿Cómo te diste cuenta de algo tan exacto?
— Es un poco obvio si ya sabés cuanto mide cada cosa en la foto. No es tan complicado —Percy entendía que se pudiese tratar de una ecuación fácil para algunos, pero, lo que acaba de presenciar no era algo normal. Ni siquiera algo que se pudiese calcular mentalmente tan rápido.
—…sman ce once — se escuchó por debajo. Era Ailín, la más pequeña. Estaba mirando la foto. — ¿Qué es “sman ce once”? —preguntó la niña.
— ¿Aili, dónde viste eso?
La niña señaló a un punto exacto de la foto, pero ninguno de los presentes veía nada.
— ¿Qué pasa? ¿Qué hay ahí? —le decía Eluney.
— Lo dice ahí. Mirá
Percy tomó la foto y la llevó a la luz. Después de mucho intentarlo, por fin pudo distinguir un rectángulo saliendo de un costado del asesino. Era el cañón de la pistola. Si forzaba mucho la vista, podía distinguir unas letras, pero no llegaba a leer lo que decía. Sin embargo, reconoció la pistola gracias a lo que Ailín dijo.
— Es una Crosman C11. El tipo usó esa arma. ¿Cómo…? Bueno, me voy a ahorra la pregunta. Ya entiendo. Esto de que cada una pueda hacer estas cosas me da miedo ¿Qué sigue?
— Podemos investigar quién se la vendió — dijo Malén.
— ¿Sabés la cantidad de negocios que venden Crosman? Sin contar a los vendedores independientes —por no decir ilegales.
— Sí, y tampoco sabemos si la tiene desde mucho antes de empezar a asesinar —consideró la lectora. Miró a Percy para proponerle algo, pero quedó callada cuando escuchó que se abría la puerta trasera del bar.
— Muchas gracias, Míster Lloyd. Espero verlo por aquí próximamente y que este horrible incidente no afecte nuestro contrato.

lunes, 9 de abril de 2018

Capítulo IV - AÚN MÁS COINCIDENCIAS, AGRADABLES Y SOSPECHOSAS


4.     AÚN MÁS COINCIDENCIAS, AGRADABLES Y SOSPECHOSAS
Eluney, Malén y Anahí reaccionaron al ver que Percy las miraba. Fue una sorpresa que se percatara de la presencia de las chicas tan fácilmente. A medida que se iba acercando más a ellas, su silueta se distinguía más. Comenzaba a salir de la oscuridad y a ser iluminado por los faroles de la calle fuera del estacionamiento. Lo primero que llamó la atención de Malén fue su pelo corto y negro. Ella había estado enamorada de un chico de su clase con precisamente el mismo peinado. Luego se enteró de que le había copiado el look al guitarrista de una banda desconocida, y aunque fuese la banda de rock, o glam o lo que sea, más popular del momento, ella seguiría sin tener idea de que existía, pese a que no gustaba ese estilo de música. Pero al ver fotos del guitarrista, su peinado surtió el mismo efecto sobre ella que el del muchacho de su clase. Ahora, ocurría lo mismo.
Anahí, en cambio, sólo pudo concentrarse en sus ojos, que ella creía eran grises, que contrastaban con su piel pálida. En su mente sólo podía escucharse a sí misma repitiendo lo mismo una y otra vez: “No la cagues, no la cagues, no la cagues, no la cagues, no la cagues…”.
Eluney no sentía nada más que impresión ante la percepción visual o auditiva que posiblemente debería tener aquel chico.
— ¿Quién… —comenzó a decir Percy, aunque pronto fue interrumpido.
—Me llamo Anahí Del Campos —miró hacia la remera del chico—. ¿Te gusta el negro?
Percy dijo “no entiendo” con un gesto. La cara ruborizada de Anahí, al igual que su mente sólo decía “qué boluda…”. En la mente de Malén se escuchaban las mismas palabras.
— Yo, Eluney…
— ¿Hermanas? ¿Buscando pistas? —bromeó Percy.
—Sí. Pistas — dijo la más joven, Ailín.
— ¿Trajeron a una nena a una escena del crimen? Pensándolo bien, ni siquiera ustedes deberían estar acá. ¿Y los policías?
—Solamente hay dos. El resto se fue con el tipo de la lavandería de enfrente a buscar al criminal.
—Entiendo. Testigo clave, supongo.
— ¿Vos viste lo que pasó? —Preguntó Malén— ¿Quién sos?
—Me llamo Percy Lloyd. Mi… viejo vino a… laburar a este… antro — pronucnió eso último de una forma extraña. Y por su nombre, las chicas se dieron cuenta de que era extranjero.
—Casi te sale perfecto el acento —comentó Eluney.
—Todavía no me acostumbro al… ¿cantito? Hace un año que estoy viviendo acá.
— ¿En serio?
—Mi viejo está de gira, por bares. Hace un año vino a este lugar. A mí me gustó la ciudad y me decidí mudar acá. Me consiguió un departamento y me inscribió en la EAF para estudiar fotografía.
En ese momento fue que Eluney cambió de parecer con respecto a Percy. Ahora que lo veía bien, su ropa era genial. Su estilo, su acento, su forma de hablar y su breve historia. Le parecía asombroso que fuera tan calmado, copado, perceptivo y quién sabe qué otra cosa. Pero más que nada, que estudiara foto. Que Percy Lloyd fuera un estudiante de fotografía, en la EAF, comenzó a acelerar el corazón de la joven chica. Ahora sentía las pecosas mejillas y las orejas acaloradas.
— ¿Sos… estudiante en la EAF?
—Con tarjeta de acceso a la biblioteca y todo — sacó una billetera de su bolsillo y una tarjeta de plástico de ella. Eluney soltó una risita.
Sus hermanas se preocuparon. Era la primera vez que escuchaban a su hermana mayor reírse en años. Anahí miró a una Malén seria, que desvió la mirada y se dirigió al joven inglés.
— ¿De dónde sos y qué edad tenés?
—De Cambridge, dieciocho años.
— ¿Tenés alguna cualidad especial? Digo, además de la fotografía.
— ¿“Cualidad especial”? Emm… Bueno… Tres años seguidos gané las olimpiadas matemáticas de mi secundaria. — a Anahí se le iluminaron los ojos.
— ¿Alguna cosa que te guste? —insistió Malén como tratando de sacarle información.
—Bueno, el Grunge. Nirvana, Pearl Jam… emm… El cine. La literatura, en especial de ciencia ficción. Me leí un montón de libros. Los de Sherlock Holmes y Agatha Christie por ejemplo, o…
—Disculpanos un momento —mencionó sin dejar de estar seria, y agarró a sus hermanas de los brazos para que la siguieran afuera del estacionamiento. La pequeña Ailín las siguió casi trotando.
—Okey, ya entiendo qué les pasa.
—Mirá quién habla —renegó Anahí— no te sonrojás por nada vos —Malén se tocó la mejilla izquierda con una mano.
—Más bien deberíamos hablar de la depre aparentemente no tan depre.
—Estudia fotografía, Mili. Sabés que eso es lo mío.
—Pero la literatura es mi pasión. ¡Y leyó a Doyle!
—Eu, Eu, Eu. ¡Se están olvidando de mí! — protestó Anahí.
—Dijo que ganó las olimpiadas en secundaria, no que fueran importantes para él. Además, tiene dieciocho. Vos dieciséis —fue la fundamentación de Malén.
— ¿Qué tiene que ver? Elu salió con uno de dieciocho cuando tenía dieciséis y no le dijiste nada.
—Bueno, podría haber sido un error. Además, yo soy la que está más próxima a su edad — declaró Eluney.
— ¡Mentira! ¡Las dos estamos iguales!
—Esperen, esperen —las interrumpió Anahí—. ¿No se les hace un poco raro que tenga justo todas las características que nos identifican?
—Bueno… es que… ¿No dijo que vive acá desde hace un año? —Eluney ya empezaba a extrañarse. Malén se puso algo tensa. No era una situación normal.
— ¿Cuál es la probabilidad de que nos haya espiado y nos quiera atraer a él? —le preguntó a Anahí.
—Yo diría que puede ser. No te sé dar un número exacto. Si te tengo que tirar una cifra: cuarenta por ciento aprox.
Todas quedaron en silencio. Ailín miraba a sus hermanas mayores preocupada. Eluney pensó que quizás era una de esas situaciones de “era demasiado bueno para ser cierto”, y sus hermanas debían de pensar lo mismo. Como dejaron de estar tan entusiasmadas por este chico, se dieron cuenta del frío que hacía. Malén se frotó los hombros.
—Hay que ir, pero con cuidado, puede ayudarnos. Pero también es muy probable que él sea el responsable del crimen —dijo.
—Okay. Cualquier cosa nos tenemos para apoyarnos. Que nadie se separe al estar con él —propuso Eluney. La última en hablar fue Ailín, que se limitó a decir:
— ¿Entonces chico lindo o chico malo? —preocupada.

martes, 10 de mayo de 2016

Capítulo III - DELCAMPOS

3.      DELCAMPOS
Percival Lloyd, Percy, para sus amigos, y Junior, para su padre, era un amante de la fotografía que, según él, pertenecía al movimiento grunge, cosa que su padre jamás comprendió. Usualmente sus obras trataban desde imágenes de naturaleza; árboles, pasto, animales; hasta de objetos hechos por el hombre; máquinas, tazas, puentes; e incluso seres humanos. En fin, era bastante variado en cuanto los objetos que capturaba con el lente de su cámara, y esto es debido a que se trataban de casi todas las cosas que hay, inclusive personas caminando por la calle. Y esa es la razón por la que cuando hoyó el disparo instintivamente tomó su cámara en mano y la puso cerca de su cara, como si fuese un acto reflejo. Primero no comprendía lo que hacía,  pero llegó a entender que su cuerpo le pedía que lo hiciera. Se quedó mirando su cámara medio segundo, pero interrumpió su observación cuando su retina advirtió una silueta corriendo a unos tres metros del auto, por la entrada del estacionamiento de la Vieja Escuela. Entonces, tan rápido como quien dispara una bala, tomó una fotografía del personaje misterioso que corría. El flash salió de la antorcha de la cámara y, en cuestión de un parpadeo, cubrió toda la entrada, iluminando al huyente y dejando su apariencia al descubierto. Todo esto es lo que más tarde Percy ocultaría a su padre, pero compartiría con otra gente.
Dos años atrás, una tal Florencia Liviero inscribiría a dos de sus hijas en dos concursos diferentes, en dos países diferentes. Una fue a Francia y la otra a Chile. Los concursos eran de matemática y literatura, respectivamente, y ambas niñas ganaron el primer premio. Todos decían que eran superdotadas, y que eso se debía a sus genes. Que si sentían pasión por algo lo desarrollarían en poco tiempo y como las mejores, como su padre, médico superior, o su tío, mediocampista en Italia. En el caso de Anahí, con sólo catorce años, una tenía una facilidad insuperable para los cálculos mentales, los cuales desarrollaba en un tiempo impecablemente corto. En cambio, Malén, con quince años, había leído siglos de literatura universal, de tragedia griega a bestsellers norteamericanos y melodramas europeos. Principalmente, le gustaba el género policial, y ponía en práctica, tanto en sus textos como en la realidad, los procesos deductivos y se fijaba en los posibles enlaces y desenlaces para cada situación. “En otras palabras, siempre arruinás el final de cualquier película que veamos” bromeaba su hermana Anahí. Ambas tenían una hermana más pequeña, Ailín, que en ese momento tenía tres años y aún no desarrollaba ninguna habilidad por nada (o eso creían en ese entonces), y una hermana mayor, Eluney.
Ahora era el 31 de octubre de 1995. Ya habían pasado dos años desde esos concursos, y las cuatro hermanas se encontraban con algo que perturbaría a cualquiera. Sin embargo, a ellas las emocionaba.
—Qué mal… Nos perdimos lo que pasó —comentó Anahí.
—Acaban de matar a una persona. ¿De verdad querrías ver eso? —le preguntó Malén.
—Bueno… no. Pero quiero decir que hubiésemos sacado más información habiendo visto cuando pasó.
—Tiene razón. Yo podría haber actuado en ese momento —dijo Eluney. De las hermanas era la única que llevaba una cartera (algo ancha).
Las cuatro se miraron. Eran gestos negativos.
—Bueno. ¿Qué más da? Si no nos apuramos no vamos a poder seguirle el paso a ese policía rarito.
—Ani, te dije que no le digas así.
—Bueno. Pero ya me entienden.
Así era. Las hermanas deseaban ganar. Querían demostrar su nivel resolviendo un crimen antes que un oficial. La idea, obviamente, la tuvo Malén. Deseaban el reconocimiento. No les alcanzaba con los premios, trofeos o condecoraciones en concursos. Ellas querían resaltar de otra forma. Todas, excepto quizás…
—Chicas, ¿por qué seguimos con esto? Es bastante estúpido —quien hablaba ahora era Eluney.
—La mayoría de las cosas te parecen estúpidas. Siempre sos tan ortiva —respondió Anahí.
—No soy ortiva. Simplemente me parece una idea tonta.
—Es idea tonta. A Eluney no le gusta. Vamos a casa.
— ¿Ven? Ailín está conmigo.
—Porque tiene cinco años. Obvio que va a seguir a la más grande. Ailín, no le des bola, es la chica amargada.
—Amargada, Eluney amargada. Jajaja.
Sin duda no era una situación en la que deberían haber puesto a esa niña. Sin embargo, ella era bastante imprescindible para la operación. Y eso era porque tenía una de las cualidades más importantes para una investigación policial.
—A ver, Ailín. ¿Qué te parece que pudo haber dejado el tipo malo? ¿O qué podés ver? —Anahí siempre era la enérgica, la chica con ganas de hacer del grupo.
—El tipo malo corrió. Se fue ahí porque hay sangre de pisadas en el piso. —Dijo señalando al estacionamiento. Ella se refería a las huellas que dejó la sangre de la suela del zapato del asesino en el piso. Era una niña pequeña, pero no le daba impresión la sangre. Cosa rara en una chica de su edad. A veces era muy callada, y lo que la volvía única era su capacidad para notar los detalles.
— ¡Muy bien! —exclamó Anahí.
—Bueno, veamos qué hay —dijo Malén.
Las chicas se dirigieron a donde señalaba la más joven de ellas. Evidentemente había huellas de sangre. ¿Cómo podía haberlas visto en la oscuridad la niña? Eso se preguntaba Eluney. Ella tenía una visión un poco más negativa de la vida, de tanto en tanto. Anahí le decía “la ortiva”. Malén “la depre”. Ailín sólo la miraba y asentía.
Al llegar al estacionamiento,  vieron a un par de personas entrando por la entrada trasera del bar, lo que hizo que las chicas se escondieran.
— ¿Serán policías? —preguntó Eluney.
—No, no tienen la pinta — dijo Anahí.
— ¿Siquiera sabés cómo es la pinta de un policía? —le preguntó Malén.
— ¿Sin el uniforme? Ni la más mínima idea —a Malén no le dio gracia el comentario.
Volvieron a asomarse para mirar. Viéndolos bien, Eluney notó que se trataba de un hombre adulto y un chico de aproximadamente su edad. El chico dio media vuelta y caminó hacia un auto estacionado.
—Olvidé algunas cosas, ya vuelvo. —dijo Perci a su padre, re dirigiéndose al vehículo lleno de fotografías. Cuando llegó abrió la puerta, al mismo tiempo que su padre cerró la de la entrada trasera del bar. Entonces, al darse cuenta de ello. Cerró el auto y dirigió su mirada hacia las hermanas Delcampos.

— ¿Buscan a alguien? Bueno, ¿qué hacen escondidas?

domingo, 1 de mayo de 2016

Capítulo II - CON LA POLÉMICA DEL ASUNTO

2.      CON LA POLÉMICA DEL ASUNTO
—Creo que podría ayudar. Me llamo Nobuhiro Komura y quizás le interese lo que tengo para decirle. —el muchacho venía equipado con una mochila y abrigado con un suéter.
— ¿Más testigos? Parece bastante sospechoso… —Bonzzi comenzó a moverse para imponer orden.
—Disculpe mi intromisión en su caso, señor. Vi al responsable ejecutar a ese hombre, así que cuando escuché el grito, me apuré y me dispuse a interceptar al sujeto. —En el rostro del detective Oscar Bonzzi apareció un gesto de sorpresa. Algo así como incredulidad ante lo que escuchaba. Interceptar a un asesino no era algo que se haga a la ligera. De hecho, esta vez, el asesino era una persona que Bonzzi había buscado por meses. Qué probabilidades había de que un sujeto, un testigo, se lanzara a emboscar a quien vio asesinar una persona.
— ¿Usted lo interceptó?
—Algo así — Komura se sacó la mochila. Metió la mano dentro y sacó de ella una computadora portátil. La abrió y oprimió el botón de encendido. Bonzzi, Cassinetta y Lloyd quedaron maravillados ante la Toshiba 486—. Yo soy estudiante de la UTN —la pantalla comenzó a brillar. Empezó la secuencia de inicio del sistema operativo Windows 95. Cuando el cachivache electrónico terminó de encender, Komura abrió un programa que tenía en el escritorio—. Éste es nuestro sujeto —dijo mostrándole la pantalla a Bonzzi, que se inclinó para verla. Sacó de un bolsillo de su sobretodo unos anteojos con lentes redondos y se los puso. La pantalla mostraba un punto amarillo moviéndose lentamente por un mapa con direcciones. Eran bloques representando cuadras y calles, todo color gris oscuro, y el punto pixelado amarillo recorriéndolos lentamente. Incluso Bonzzi comprendió eso.
— ¿Esto es…? —no necesitaba decirlo. Komura asintió.
—Por decir que lo intercepté quiero decir que corrí al final de la cuadra sin que se diera cuenta y cuando me pasó por al lado puse un aparato que diseñé y programé en su bolsillo. Siempre los tengo conmigo por si tengo que buscar algo o a alguien —Bonzzi lo miró por encima de sus anteojos.
—Si me preguntás, esto me parece demasiada casualidad. —volvió a guardar sus anteojos.
—Lamento que lo vea así. —su rostro parecía lamentarlo en serio.
—Estos ponjas y su honor… Supongamos que me decís la verdad, ¿Se encontraría ahora mismo en… Constanza, por el… 1200?
—Exactamente. Puedo acompañarlo si cree que es necesario.
—Dígame señor Komura —tuvo que leer el nombre de la lavandería pintado en la cuadra de enfrente para pronunciarlo bien—, ¿le ofendería ir esposado?
—Si es necesario, hágalo. Lo sé, es una situación muy conveniente.
—Bastante… Bien, ahora —le hizo una seña con las manos a uno de los oficiales cerca de las patrullas—, si fuera tan amable —lo dirigió al auto. Ambos fueron hacia la patrulla de Bonzzi. El oficial los esperaba con unas esposas y se las puso a Komura en cuanto lo vio. Bonzzi le sonrío y lo metió en la parte trasera del auto. Luego se dirigió a las estrellas del pasado.
—Muy bien, señores , los llamo mañana para que vengan a testificar. Espero que para entonces hayamos atrapado a este desgraciado —sacó un papel de su bolsillo y una lapicera, seguido de sus graciosos anteojos— Por favor, si pudieran pasarme sus números telefónicos. Ambos se lanzaron una mirada. Así lo hicieron, y Bonzzi les agradeció y subió a la patrulla. Cassinneta no entendía muy bien qué había pasado entre Komura y el detective, pero estaba algo mareado por el alcohol así que decidió marcharse a su casa. Saludó a Lloyd, le pidió un autógrafo, (Lloyd también pidió el suyo, aunque puede que solo haya sido por cortesía) y se marchó.
— ¡Papá! —Percy Jr. estaba aún en el auto. Su padre se acercó a él.
— ¿Qué ocurre?
—Yo debería preguntarlo, ¿qué pasó ahí? — Lloyd no quería contarle muchos detalles así que dijo:
— Puede que haya un criminal cerca. Mejor vení conmigo. Te cuento todo cuando lleguemos a casa. Tengo que hablar con el dueño así que acompañame —abrió la puerta del auto para que su hijo saliera.
Percy tenía unas leves ojeras bajo sus párpados, el pelo teñido de negro y una cámara Polaroid colgando del cuello. Era más pálido que su padre. Se parecían, pero él no tenía la nariz ni la cola de caballo características de Lloyd. La parte trasera del auto estaba llena de fotografías instantáneas.
— ¿Volviste a vaciar tu rollo? —preguntó Lloyd.
—Tranquilo. Todavía tengo uno.
—Deberías vender tus fotos, no puedo estar comprándote tantas películas fotográficas. ¿Escuchaste hablar del reciclaje?
—No puedo vender estas fotos.
—Sí, me imagino. —soltó un suspiro.

Al otro lado del exterior del bar, a la derecha, se asomaban unas cabezas por la pared que contemplaron todo lo que había ocurrido entre Bonzzi y compañía.
—Ese policía es un rarito —quien hablaba era Anahí Delcampos, de dieciséis años.
—No lo digas así. Suena a otra cosa… —le renegó Malén Delcampos, de diecisiete años.
— ¿Qué? —preguntó sin entender Anahí.
—No importa —respondió Malén.
—A mí me parece que es un loco —dijo Eluney Delcampos, de diecinueve años.
—Tenía una mancha de café en su saco —señaló Ailín Delcampos, de cinco años.



sábado, 9 de abril de 2016

Capítulo I - LA NOCHE DEL HOMICIDIO

1.      LA NOCHE DEL HOMICIDIO
Todo comenzó la noche del treinta y uno de octubre del año mil novecientos noventa y cinco, a las afueras del bar “Vieja Escuela”. Aproximadamente a la una de la madrugada, un auto se estacionó detrás del bar. Del auto salió el famoso Percival Lloyd, un comediante inglés de principios de los años ochenta que ahora daba nuevamente una gira de su rutina multicultural a lo largo de los bares y restaurantes más grandes de cada país. Un hombre astuto y elegante, conocedor de lenguas y costumbres, filántropo, y que dejaba más que solo gracia en cada una de sus rutinas. Sin duda, parte de una cultura refinada que pocos en esos días apreciaban ya.
En el asiento de acompañante estaba su hijo. A Percy Jr, por el contrario, le gustaba la fotografía, era muy solitario, pero claramente un artista como su padre. Y como artista, sufría por su arte, a su manera. Mientras que su padre hacia reír a las personas enmarcando una realidad en palabras y gestos, él las hacía profundizar en una imagen.
Mientras Percival padre hablaba con el dueño del bar, Alfredo Cassinetta estaba en la barra bebiendo un vaso de ginebra. ¿Quién es Alfredo Cassinetta?, dirán. Un músico de rock nacional cuarentón de poca fama. En su momento pudo vender algunos discos y tuvo tres singles, pero nunca fue alguien altamente reconocido. Fue el primero en salir del bar luego de que se escuchó el grito de horror. Un grito en respuesta a un disparo que estremeció toda la calle General Mansilla.
El disparo se oyó a lo largo y a lo ancho de toda la cuadra y las adyacentes. Fueron testigos los viejos japoneses dueños de la Lavandería Komura frente al bar. De esa pareja de ancianos asiáticos, fue la mujer quién gritó. La calle estaba oscura, y nadie pudo ver al atacante armado… o casi nadie. El hecho es que instantáneamente el ambiente se llenó de voces y murmullos arrulladores. Muchos salían del bar a presenciar el cuerpo de la víctima, horrorizados. El dueño del bar que se encontraba en la parte trasera junto con Lloyd, corrió hacia la entrada para ver qué había pasado. Luego de llevarse el susto de su vida, se dirigió adentro a llamar a la policía, igual que Cassinetta desde su teléfono móvil. Lloyd, desde la esquina del bar observaba lo que había pasado. En su mente sólo se escuchaba “¿Habrá sido ese tipo?”.
Media hora más tarde, con un grupo de personas, incluidos Cassinetta y Lloyd, reunidos alrededor del cuerpo, la policía hizo acto de presencia.
—Un desastre —una persona bajaba de la patrulla—. ¡Un verdadero desastre!— Oscar Bonzzi, un viejo detective de la policía que llevaba casi cuarenta años de servicio, se dirigió al cuerpo — ¿Y alguien me explica por qué pasa algo así justo en este momento? ¿En este lugar? ¿Qué es esto? ¿Una comedia barata de Hollywood? ¿Una trama trillada? Por el amor de Dios. ¿Alguien me dice quién era?
—Se llamaba Andrés Gierardi.
—Perfecto, caso resuelto —dijo con sarcasmo—. ¡Quiero info, flaco! Lugar de trabajo, familia, DNI, obra social, auto, nombre del perro, cuantas veces cagaba al día… ¡Andá a hacerme un informe, querido! —El policía asistente asintió y se retiró apresurado— Vivo rodeado de inútiles.
—Señor, ¿es algo tan importante? —dijo otro subordinado.
—Vos no te das cuenta, ¿no? —suspiró—. Mirale la pierna— en efecto, al sujeto también le habían disparado cerca del tobillo.
— ¿Es esa…?
— ¿Qué te parece? —hizo una pausa para que el policía novato lo mirara a los ojos— Más vale que es. Ese tipo nos está jodiendo la existencia. Quiere que lo descubramos. Por eso firma así a sus víctimas, ésa es su marca. Asesino hijo de puta.
Bonzzi tenía su temperamento, pero ese día estaba más nervioso que de costumbre. Al verlo, Percival decidió avanzar.
—Disculpe, señor detective —comenzó a decir.
—Mirá vos, pero si es el gran Percy Lloyd. Verdad que usted iba a actuar en este antro. Admiro su rutina.
—Muchas gracias… —dijo tratando de sonreírle al excéntrico detective—. ¿Podría decirme qué pasó?
— ¿Por qué quiere saber? Es un caso policial, no hay nada que ver, lo lamento.
— Lo escuché hablar de un asesino y una marca. Quiero… contribuir.
—Oh. Noble.
—Por favor. Creo haber visto al atacante.
— ¿Es así?
—Yo también lo vi —era una voz diferente esta vez—, desde la ventana del bar.
— ¿Alfredo Cassinetta? Las estrellas caen del cielo, qué maravilla —a Cassinetta le sorprendió que lo reconociera. Volvió a lo que quería decir.
—El tipo estaba envuelto en una especie de gabardina o piloto negro. Inclusive usaba guantes —continuó la “estrella” musical.
— ¿Puede afirmar lo que el señor dice? —se dirigió a Lloyd.
— Eh… sí, por supuesto.
— Vaya usted, tenemos a todo un profesional acá.
A ambos personajes, Lloyd y Cassinetta, les asustaba un poco el comportamiento de Bonzzi. Si usted lo viera también lo haría. Esa cara arrugada, con patas de gallo y ojos cansados. Ese bigote bien arreglado, desteñido por los años. Esa indiferencia hacia el muerto…
Se vio una silueta cruzando la calle. Bonzzi sabía que pronto llegaría otra persona a la escena.
—Más interrupciones… —se lamentó Bonzzi—. Lo siento, no puede pasar —le dijo casi gritando a la figura oscura.
—Creo que podría ayudar —quien hablaba era un chico asiático de unos veintisiete o veintiocho años—. Me llamo Nobuhiro Komura y quizás le interese lo que tengo para decirle.