domingo, 1 de mayo de 2016

Capítulo II - CON LA POLÉMICA DEL ASUNTO

2.      CON LA POLÉMICA DEL ASUNTO
—Creo que podría ayudar. Me llamo Nobuhiro Komura y quizás le interese lo que tengo para decirle. —el muchacho venía equipado con una mochila y abrigado con un suéter.
— ¿Más testigos? Parece bastante sospechoso… —Bonzzi comenzó a moverse para imponer orden.
—Disculpe mi intromisión en su caso, señor. Vi al responsable ejecutar a ese hombre, así que cuando escuché el grito, me apuré y me dispuse a interceptar al sujeto. —En el rostro del detective Oscar Bonzzi apareció un gesto de sorpresa. Algo así como incredulidad ante lo que escuchaba. Interceptar a un asesino no era algo que se haga a la ligera. De hecho, esta vez, el asesino era una persona que Bonzzi había buscado por meses. Qué probabilidades había de que un sujeto, un testigo, se lanzara a emboscar a quien vio asesinar una persona.
— ¿Usted lo interceptó?
—Algo así — Komura se sacó la mochila. Metió la mano dentro y sacó de ella una computadora portátil. La abrió y oprimió el botón de encendido. Bonzzi, Cassinetta y Lloyd quedaron maravillados ante la Toshiba 486—. Yo soy estudiante de la UTN —la pantalla comenzó a brillar. Empezó la secuencia de inicio del sistema operativo Windows 95. Cuando el cachivache electrónico terminó de encender, Komura abrió un programa que tenía en el escritorio—. Éste es nuestro sujeto —dijo mostrándole la pantalla a Bonzzi, que se inclinó para verla. Sacó de un bolsillo de su sobretodo unos anteojos con lentes redondos y se los puso. La pantalla mostraba un punto amarillo moviéndose lentamente por un mapa con direcciones. Eran bloques representando cuadras y calles, todo color gris oscuro, y el punto pixelado amarillo recorriéndolos lentamente. Incluso Bonzzi comprendió eso.
— ¿Esto es…? —no necesitaba decirlo. Komura asintió.
—Por decir que lo intercepté quiero decir que corrí al final de la cuadra sin que se diera cuenta y cuando me pasó por al lado puse un aparato que diseñé y programé en su bolsillo. Siempre los tengo conmigo por si tengo que buscar algo o a alguien —Bonzzi lo miró por encima de sus anteojos.
—Si me preguntás, esto me parece demasiada casualidad. —volvió a guardar sus anteojos.
—Lamento que lo vea así. —su rostro parecía lamentarlo en serio.
—Estos ponjas y su honor… Supongamos que me decís la verdad, ¿Se encontraría ahora mismo en… Constanza, por el… 1200?
—Exactamente. Puedo acompañarlo si cree que es necesario.
—Dígame señor Komura —tuvo que leer el nombre de la lavandería pintado en la cuadra de enfrente para pronunciarlo bien—, ¿le ofendería ir esposado?
—Si es necesario, hágalo. Lo sé, es una situación muy conveniente.
—Bastante… Bien, ahora —le hizo una seña con las manos a uno de los oficiales cerca de las patrullas—, si fuera tan amable —lo dirigió al auto. Ambos fueron hacia la patrulla de Bonzzi. El oficial los esperaba con unas esposas y se las puso a Komura en cuanto lo vio. Bonzzi le sonrío y lo metió en la parte trasera del auto. Luego se dirigió a las estrellas del pasado.
—Muy bien, señores , los llamo mañana para que vengan a testificar. Espero que para entonces hayamos atrapado a este desgraciado —sacó un papel de su bolsillo y una lapicera, seguido de sus graciosos anteojos— Por favor, si pudieran pasarme sus números telefónicos. Ambos se lanzaron una mirada. Así lo hicieron, y Bonzzi les agradeció y subió a la patrulla. Cassinneta no entendía muy bien qué había pasado entre Komura y el detective, pero estaba algo mareado por el alcohol así que decidió marcharse a su casa. Saludó a Lloyd, le pidió un autógrafo, (Lloyd también pidió el suyo, aunque puede que solo haya sido por cortesía) y se marchó.
— ¡Papá! —Percy Jr. estaba aún en el auto. Su padre se acercó a él.
— ¿Qué ocurre?
—Yo debería preguntarlo, ¿qué pasó ahí? — Lloyd no quería contarle muchos detalles así que dijo:
— Puede que haya un criminal cerca. Mejor vení conmigo. Te cuento todo cuando lleguemos a casa. Tengo que hablar con el dueño así que acompañame —abrió la puerta del auto para que su hijo saliera.
Percy tenía unas leves ojeras bajo sus párpados, el pelo teñido de negro y una cámara Polaroid colgando del cuello. Era más pálido que su padre. Se parecían, pero él no tenía la nariz ni la cola de caballo características de Lloyd. La parte trasera del auto estaba llena de fotografías instantáneas.
— ¿Volviste a vaciar tu rollo? —preguntó Lloyd.
—Tranquilo. Todavía tengo uno.
—Deberías vender tus fotos, no puedo estar comprándote tantas películas fotográficas. ¿Escuchaste hablar del reciclaje?
—No puedo vender estas fotos.
—Sí, me imagino. —soltó un suspiro.

Al otro lado del exterior del bar, a la derecha, se asomaban unas cabezas por la pared que contemplaron todo lo que había ocurrido entre Bonzzi y compañía.
—Ese policía es un rarito —quien hablaba era Anahí Delcampos, de dieciséis años.
—No lo digas así. Suena a otra cosa… —le renegó Malén Delcampos, de diecisiete años.
— ¿Qué? —preguntó sin entender Anahí.
—No importa —respondió Malén.
—A mí me parece que es un loco —dijo Eluney Delcampos, de diecinueve años.
—Tenía una mancha de café en su saco —señaló Ailín Delcampos, de cinco años.



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