2.
CON LA POLÉMICA DEL ASUNTO
—Creo que podría
ayudar. Me llamo
Nobuhiro Komura y quizás le interese lo que tengo para decirle. —el muchacho
venía equipado con una mochila y abrigado con un suéter.
— ¿Más testigos?
Parece bastante sospechoso… —Bonzzi comenzó a moverse para imponer orden.
—Disculpe mi
intromisión en su caso, señor. Vi al responsable ejecutar a ese hombre, así que
cuando escuché el grito, me apuré y me dispuse a interceptar al sujeto. —En el
rostro del detective Oscar Bonzzi apareció un gesto de sorpresa. Algo así como
incredulidad ante lo que escuchaba. Interceptar a un asesino no era algo que se
haga a la ligera. De hecho, esta vez, el asesino era una persona que Bonzzi
había buscado por meses. Qué probabilidades había de que un sujeto, un testigo,
se lanzara a emboscar a quien vio asesinar una persona.
— ¿Usted lo
interceptó?
—Algo así — Komura se sacó la mochila. Metió
la mano dentro y sacó de ella una computadora portátil. La abrió y oprimió el
botón de encendido. Bonzzi, Cassinetta y Lloyd quedaron maravillados ante la Toshiba
486—. Yo soy estudiante de la UTN —la pantalla comenzó a brillar. Empezó la
secuencia de inicio del sistema operativo Windows 95. Cuando el cachivache
electrónico terminó de encender, Komura abrió un programa que tenía en el
escritorio—. Éste es nuestro sujeto —dijo mostrándole la pantalla a Bonzzi, que
se inclinó para verla. Sacó de un bolsillo de su sobretodo unos anteojos con
lentes redondos y se los puso. La pantalla mostraba un punto
amarillo moviéndose lentamente por un mapa con direcciones. Eran bloques
representando cuadras y calles, todo color gris oscuro, y el punto pixelado
amarillo recorriéndolos lentamente. Incluso Bonzzi comprendió eso.
— ¿Esto es…? —no
necesitaba decirlo. Komura asintió.
—Por decir que lo
intercepté quiero decir que corrí al final de la cuadra sin que se diera cuenta
y cuando me pasó por al lado puse un aparato que diseñé y programé en su
bolsillo. Siempre los tengo conmigo por si tengo que buscar algo o a alguien
—Bonzzi lo miró por encima de sus anteojos.
—Si me preguntás,
esto me parece demasiada casualidad. —volvió a guardar sus anteojos.
—Lamento que lo vea
así. —su rostro parecía lamentarlo en serio.
—Estos ponjas y su
honor… Supongamos que me decís la verdad, ¿Se encontraría ahora mismo en…
Constanza, por el… 1200?
—Exactamente. Puedo
acompañarlo si cree que es necesario.
—Dígame señor Komura
—tuvo que leer el nombre de la lavandería pintado en la cuadra de enfrente para
pronunciarlo bien—, ¿le ofendería ir esposado?
—Si es necesario,
hágalo. Lo sé, es una situación muy conveniente.
—Bastante… Bien,
ahora —le hizo una seña con las manos a uno de los oficiales cerca de las
patrullas—, si fuera tan amable —lo dirigió al auto. Ambos fueron hacia la
patrulla de Bonzzi. El oficial los esperaba con unas esposas y se las puso a
Komura en cuanto lo vio. Bonzzi le sonrío y lo metió en la parte trasera del
auto. Luego se dirigió a las estrellas del pasado.
—Muy bien, señores , los llamo mañana para que vengan a testificar. Espero que
para entonces hayamos atrapado a este desgraciado —sacó un papel de su bolsillo
y una lapicera, seguido de sus graciosos anteojos— Por favor, si pudieran
pasarme sus números telefónicos. —Ambos se lanzaron una mirada. Así lo hicieron,
y Bonzzi les agradeció y subió a la patrulla. Cassinneta no entendía muy bien
qué había pasado entre Komura y el detective, pero estaba algo mareado por el
alcohol así que decidió marcharse a su casa. Saludó a Lloyd, le pidió un
autógrafo, (Lloyd también pidió el suyo, aunque puede que solo haya sido por
cortesía) y se marchó.
— ¡Papá! —Percy Jr.
estaba aún en el auto. Su padre se acercó a él.
— ¿Qué ocurre?
—Yo debería
preguntarlo, ¿qué pasó ahí? — Lloyd no quería contarle muchos detalles así que
dijo:
— Puede que haya un
criminal cerca. Mejor vení conmigo. Te cuento todo cuando lleguemos a casa.
Tengo que hablar con el dueño así que acompañame —abrió la puerta del auto para
que su hijo saliera.
Percy tenía unas leves
ojeras bajo sus párpados, el pelo teñido de negro y una cámara Polaroid
colgando del cuello. Era más pálido que su padre. Se parecían, pero él no tenía
la nariz ni la cola de caballo características de Lloyd. La parte trasera del
auto estaba llena de fotografías instantáneas.
— ¿Volviste a vaciar
tu rollo? —preguntó Lloyd.
—Tranquilo. Todavía
tengo uno.
—Deberías vender tus
fotos, no puedo estar comprándote tantas películas fotográficas. ¿Escuchaste
hablar del reciclaje?
—No puedo vender
estas fotos.
—Sí, me imagino.
—soltó un suspiro.
Al otro lado del
exterior del bar, a la derecha, se asomaban unas cabezas por la pared que
contemplaron todo lo que había ocurrido entre Bonzzi y compañía.
—Ese policía es un
rarito —quien hablaba era Anahí Delcampos, de dieciséis años.
—No lo digas así.
Suena a otra cosa… —le renegó Malén Delcampos, de diecisiete años.
— ¿Qué? —preguntó
sin entender Anahí.
—No importa —respondió
Malén.
—A mí me parece que
es un loco —dijo Eluney Delcampos, de diecinueve años.
—Tenía una mancha de
café en su saco —señaló Ailín Delcampos, de cinco años.
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