sábado, 9 de abril de 2016

Capítulo I - LA NOCHE DEL HOMICIDIO

1.      LA NOCHE DEL HOMICIDIO
Todo comenzó la noche del treinta y uno de octubre del año mil novecientos noventa y cinco, a las afueras del bar “Vieja Escuela”. Aproximadamente a la una de la madrugada, un auto se estacionó detrás del bar. Del auto salió el famoso Percival Lloyd, un comediante inglés de principios de los años ochenta que ahora daba nuevamente una gira de su rutina multicultural a lo largo de los bares y restaurantes más grandes de cada país. Un hombre astuto y elegante, conocedor de lenguas y costumbres, filántropo, y que dejaba más que solo gracia en cada una de sus rutinas. Sin duda, parte de una cultura refinada que pocos en esos días apreciaban ya.
En el asiento de acompañante estaba su hijo. A Percy Jr, por el contrario, le gustaba la fotografía, era muy solitario, pero claramente un artista como su padre. Y como artista, sufría por su arte, a su manera. Mientras que su padre hacia reír a las personas enmarcando una realidad en palabras y gestos, él las hacía profundizar en una imagen.
Mientras Percival padre hablaba con el dueño del bar, Alfredo Cassinetta estaba en la barra bebiendo un vaso de ginebra. ¿Quién es Alfredo Cassinetta?, dirán. Un músico de rock nacional cuarentón de poca fama. En su momento pudo vender algunos discos y tuvo tres singles, pero nunca fue alguien altamente reconocido. Fue el primero en salir del bar luego de que se escuchó el grito de horror. Un grito en respuesta a un disparo que estremeció toda la calle General Mansilla.
El disparo se oyó a lo largo y a lo ancho de toda la cuadra y las adyacentes. Fueron testigos los viejos japoneses dueños de la Lavandería Komura frente al bar. De esa pareja de ancianos asiáticos, fue la mujer quién gritó. La calle estaba oscura, y nadie pudo ver al atacante armado… o casi nadie. El hecho es que instantáneamente el ambiente se llenó de voces y murmullos arrulladores. Muchos salían del bar a presenciar el cuerpo de la víctima, horrorizados. El dueño del bar que se encontraba en la parte trasera junto con Lloyd, corrió hacia la entrada para ver qué había pasado. Luego de llevarse el susto de su vida, se dirigió adentro a llamar a la policía, igual que Cassinetta desde su teléfono móvil. Lloyd, desde la esquina del bar observaba lo que había pasado. En su mente sólo se escuchaba “¿Habrá sido ese tipo?”.
Media hora más tarde, con un grupo de personas, incluidos Cassinetta y Lloyd, reunidos alrededor del cuerpo, la policía hizo acto de presencia.
—Un desastre —una persona bajaba de la patrulla—. ¡Un verdadero desastre!— Oscar Bonzzi, un viejo detective de la policía que llevaba casi cuarenta años de servicio, se dirigió al cuerpo — ¿Y alguien me explica por qué pasa algo así justo en este momento? ¿En este lugar? ¿Qué es esto? ¿Una comedia barata de Hollywood? ¿Una trama trillada? Por el amor de Dios. ¿Alguien me dice quién era?
—Se llamaba Andrés Gierardi.
—Perfecto, caso resuelto —dijo con sarcasmo—. ¡Quiero info, flaco! Lugar de trabajo, familia, DNI, obra social, auto, nombre del perro, cuantas veces cagaba al día… ¡Andá a hacerme un informe, querido! —El policía asistente asintió y se retiró apresurado— Vivo rodeado de inútiles.
—Señor, ¿es algo tan importante? —dijo otro subordinado.
—Vos no te das cuenta, ¿no? —suspiró—. Mirale la pierna— en efecto, al sujeto también le habían disparado cerca del tobillo.
— ¿Es esa…?
— ¿Qué te parece? —hizo una pausa para que el policía novato lo mirara a los ojos— Más vale que es. Ese tipo nos está jodiendo la existencia. Quiere que lo descubramos. Por eso firma así a sus víctimas, ésa es su marca. Asesino hijo de puta.
Bonzzi tenía su temperamento, pero ese día estaba más nervioso que de costumbre. Al verlo, Percival decidió avanzar.
—Disculpe, señor detective —comenzó a decir.
—Mirá vos, pero si es el gran Percy Lloyd. Verdad que usted iba a actuar en este antro. Admiro su rutina.
—Muchas gracias… —dijo tratando de sonreírle al excéntrico detective—. ¿Podría decirme qué pasó?
— ¿Por qué quiere saber? Es un caso policial, no hay nada que ver, lo lamento.
— Lo escuché hablar de un asesino y una marca. Quiero… contribuir.
—Oh. Noble.
—Por favor. Creo haber visto al atacante.
— ¿Es así?
—Yo también lo vi —era una voz diferente esta vez—, desde la ventana del bar.
— ¿Alfredo Cassinetta? Las estrellas caen del cielo, qué maravilla —a Cassinetta le sorprendió que lo reconociera. Volvió a lo que quería decir.
—El tipo estaba envuelto en una especie de gabardina o piloto negro. Inclusive usaba guantes —continuó la “estrella” musical.
— ¿Puede afirmar lo que el señor dice? —se dirigió a Lloyd.
— Eh… sí, por supuesto.
— Vaya usted, tenemos a todo un profesional acá.
A ambos personajes, Lloyd y Cassinetta, les asustaba un poco el comportamiento de Bonzzi. Si usted lo viera también lo haría. Esa cara arrugada, con patas de gallo y ojos cansados. Ese bigote bien arreglado, desteñido por los años. Esa indiferencia hacia el muerto…
Se vio una silueta cruzando la calle. Bonzzi sabía que pronto llegaría otra persona a la escena.
—Más interrupciones… —se lamentó Bonzzi—. Lo siento, no puede pasar —le dijo casi gritando a la figura oscura.
—Creo que podría ayudar —quien hablaba era un chico asiático de unos veintisiete o veintiocho años—. Me llamo Nobuhiro Komura y quizás le interese lo que tengo para decirle.

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