martes, 10 de mayo de 2016

Capítulo III - DELCAMPOS

3.      DELCAMPOS
Percival Lloyd, Percy, para sus amigos, y Junior, para su padre, era un amante de la fotografía que, según él, pertenecía al movimiento grunge, cosa que su padre jamás comprendió. Usualmente sus obras trataban desde imágenes de naturaleza; árboles, pasto, animales; hasta de objetos hechos por el hombre; máquinas, tazas, puentes; e incluso seres humanos. En fin, era bastante variado en cuanto los objetos que capturaba con el lente de su cámara, y esto es debido a que se trataban de casi todas las cosas que hay, inclusive personas caminando por la calle. Y esa es la razón por la que cuando hoyó el disparo instintivamente tomó su cámara en mano y la puso cerca de su cara, como si fuese un acto reflejo. Primero no comprendía lo que hacía,  pero llegó a entender que su cuerpo le pedía que lo hiciera. Se quedó mirando su cámara medio segundo, pero interrumpió su observación cuando su retina advirtió una silueta corriendo a unos tres metros del auto, por la entrada del estacionamiento de la Vieja Escuela. Entonces, tan rápido como quien dispara una bala, tomó una fotografía del personaje misterioso que corría. El flash salió de la antorcha de la cámara y, en cuestión de un parpadeo, cubrió toda la entrada, iluminando al huyente y dejando su apariencia al descubierto. Todo esto es lo que más tarde Percy ocultaría a su padre, pero compartiría con otra gente.
Dos años atrás, una tal Florencia Liviero inscribiría a dos de sus hijas en dos concursos diferentes, en dos países diferentes. Una fue a Francia y la otra a Chile. Los concursos eran de matemática y literatura, respectivamente, y ambas niñas ganaron el primer premio. Todos decían que eran superdotadas, y que eso se debía a sus genes. Que si sentían pasión por algo lo desarrollarían en poco tiempo y como las mejores, como su padre, médico superior, o su tío, mediocampista en Italia. En el caso de Anahí, con sólo catorce años, una tenía una facilidad insuperable para los cálculos mentales, los cuales desarrollaba en un tiempo impecablemente corto. En cambio, Malén, con quince años, había leído siglos de literatura universal, de tragedia griega a bestsellers norteamericanos y melodramas europeos. Principalmente, le gustaba el género policial, y ponía en práctica, tanto en sus textos como en la realidad, los procesos deductivos y se fijaba en los posibles enlaces y desenlaces para cada situación. “En otras palabras, siempre arruinás el final de cualquier película que veamos” bromeaba su hermana Anahí. Ambas tenían una hermana más pequeña, Ailín, que en ese momento tenía tres años y aún no desarrollaba ninguna habilidad por nada (o eso creían en ese entonces), y una hermana mayor, Eluney.
Ahora era el 31 de octubre de 1995. Ya habían pasado dos años desde esos concursos, y las cuatro hermanas se encontraban con algo que perturbaría a cualquiera. Sin embargo, a ellas las emocionaba.
—Qué mal… Nos perdimos lo que pasó —comentó Anahí.
—Acaban de matar a una persona. ¿De verdad querrías ver eso? —le preguntó Malén.
—Bueno… no. Pero quiero decir que hubiésemos sacado más información habiendo visto cuando pasó.
—Tiene razón. Yo podría haber actuado en ese momento —dijo Eluney. De las hermanas era la única que llevaba una cartera (algo ancha).
Las cuatro se miraron. Eran gestos negativos.
—Bueno. ¿Qué más da? Si no nos apuramos no vamos a poder seguirle el paso a ese policía rarito.
—Ani, te dije que no le digas así.
—Bueno. Pero ya me entienden.
Así era. Las hermanas deseaban ganar. Querían demostrar su nivel resolviendo un crimen antes que un oficial. La idea, obviamente, la tuvo Malén. Deseaban el reconocimiento. No les alcanzaba con los premios, trofeos o condecoraciones en concursos. Ellas querían resaltar de otra forma. Todas, excepto quizás…
—Chicas, ¿por qué seguimos con esto? Es bastante estúpido —quien hablaba ahora era Eluney.
—La mayoría de las cosas te parecen estúpidas. Siempre sos tan ortiva —respondió Anahí.
—No soy ortiva. Simplemente me parece una idea tonta.
—Es idea tonta. A Eluney no le gusta. Vamos a casa.
— ¿Ven? Ailín está conmigo.
—Porque tiene cinco años. Obvio que va a seguir a la más grande. Ailín, no le des bola, es la chica amargada.
—Amargada, Eluney amargada. Jajaja.
Sin duda no era una situación en la que deberían haber puesto a esa niña. Sin embargo, ella era bastante imprescindible para la operación. Y eso era porque tenía una de las cualidades más importantes para una investigación policial.
—A ver, Ailín. ¿Qué te parece que pudo haber dejado el tipo malo? ¿O qué podés ver? —Anahí siempre era la enérgica, la chica con ganas de hacer del grupo.
—El tipo malo corrió. Se fue ahí porque hay sangre de pisadas en el piso. —Dijo señalando al estacionamiento. Ella se refería a las huellas que dejó la sangre de la suela del zapato del asesino en el piso. Era una niña pequeña, pero no le daba impresión la sangre. Cosa rara en una chica de su edad. A veces era muy callada, y lo que la volvía única era su capacidad para notar los detalles.
— ¡Muy bien! —exclamó Anahí.
—Bueno, veamos qué hay —dijo Malén.
Las chicas se dirigieron a donde señalaba la más joven de ellas. Evidentemente había huellas de sangre. ¿Cómo podía haberlas visto en la oscuridad la niña? Eso se preguntaba Eluney. Ella tenía una visión un poco más negativa de la vida, de tanto en tanto. Anahí le decía “la ortiva”. Malén “la depre”. Ailín sólo la miraba y asentía.
Al llegar al estacionamiento,  vieron a un par de personas entrando por la entrada trasera del bar, lo que hizo que las chicas se escondieran.
— ¿Serán policías? —preguntó Eluney.
—No, no tienen la pinta — dijo Anahí.
— ¿Siquiera sabés cómo es la pinta de un policía? —le preguntó Malén.
— ¿Sin el uniforme? Ni la más mínima idea —a Malén no le dio gracia el comentario.
Volvieron a asomarse para mirar. Viéndolos bien, Eluney notó que se trataba de un hombre adulto y un chico de aproximadamente su edad. El chico dio media vuelta y caminó hacia un auto estacionado.
—Olvidé algunas cosas, ya vuelvo. —dijo Perci a su padre, re dirigiéndose al vehículo lleno de fotografías. Cuando llegó abrió la puerta, al mismo tiempo que su padre cerró la de la entrada trasera del bar. Entonces, al darse cuenta de ello. Cerró el auto y dirigió su mirada hacia las hermanas Delcampos.

— ¿Buscan a alguien? Bueno, ¿qué hacen escondidas?

domingo, 1 de mayo de 2016

Capítulo II - CON LA POLÉMICA DEL ASUNTO

2.      CON LA POLÉMICA DEL ASUNTO
—Creo que podría ayudar. Me llamo Nobuhiro Komura y quizás le interese lo que tengo para decirle. —el muchacho venía equipado con una mochila y abrigado con un suéter.
— ¿Más testigos? Parece bastante sospechoso… —Bonzzi comenzó a moverse para imponer orden.
—Disculpe mi intromisión en su caso, señor. Vi al responsable ejecutar a ese hombre, así que cuando escuché el grito, me apuré y me dispuse a interceptar al sujeto. —En el rostro del detective Oscar Bonzzi apareció un gesto de sorpresa. Algo así como incredulidad ante lo que escuchaba. Interceptar a un asesino no era algo que se haga a la ligera. De hecho, esta vez, el asesino era una persona que Bonzzi había buscado por meses. Qué probabilidades había de que un sujeto, un testigo, se lanzara a emboscar a quien vio asesinar una persona.
— ¿Usted lo interceptó?
—Algo así — Komura se sacó la mochila. Metió la mano dentro y sacó de ella una computadora portátil. La abrió y oprimió el botón de encendido. Bonzzi, Cassinetta y Lloyd quedaron maravillados ante la Toshiba 486—. Yo soy estudiante de la UTN —la pantalla comenzó a brillar. Empezó la secuencia de inicio del sistema operativo Windows 95. Cuando el cachivache electrónico terminó de encender, Komura abrió un programa que tenía en el escritorio—. Éste es nuestro sujeto —dijo mostrándole la pantalla a Bonzzi, que se inclinó para verla. Sacó de un bolsillo de su sobretodo unos anteojos con lentes redondos y se los puso. La pantalla mostraba un punto amarillo moviéndose lentamente por un mapa con direcciones. Eran bloques representando cuadras y calles, todo color gris oscuro, y el punto pixelado amarillo recorriéndolos lentamente. Incluso Bonzzi comprendió eso.
— ¿Esto es…? —no necesitaba decirlo. Komura asintió.
—Por decir que lo intercepté quiero decir que corrí al final de la cuadra sin que se diera cuenta y cuando me pasó por al lado puse un aparato que diseñé y programé en su bolsillo. Siempre los tengo conmigo por si tengo que buscar algo o a alguien —Bonzzi lo miró por encima de sus anteojos.
—Si me preguntás, esto me parece demasiada casualidad. —volvió a guardar sus anteojos.
—Lamento que lo vea así. —su rostro parecía lamentarlo en serio.
—Estos ponjas y su honor… Supongamos que me decís la verdad, ¿Se encontraría ahora mismo en… Constanza, por el… 1200?
—Exactamente. Puedo acompañarlo si cree que es necesario.
—Dígame señor Komura —tuvo que leer el nombre de la lavandería pintado en la cuadra de enfrente para pronunciarlo bien—, ¿le ofendería ir esposado?
—Si es necesario, hágalo. Lo sé, es una situación muy conveniente.
—Bastante… Bien, ahora —le hizo una seña con las manos a uno de los oficiales cerca de las patrullas—, si fuera tan amable —lo dirigió al auto. Ambos fueron hacia la patrulla de Bonzzi. El oficial los esperaba con unas esposas y se las puso a Komura en cuanto lo vio. Bonzzi le sonrío y lo metió en la parte trasera del auto. Luego se dirigió a las estrellas del pasado.
—Muy bien, señores , los llamo mañana para que vengan a testificar. Espero que para entonces hayamos atrapado a este desgraciado —sacó un papel de su bolsillo y una lapicera, seguido de sus graciosos anteojos— Por favor, si pudieran pasarme sus números telefónicos. Ambos se lanzaron una mirada. Así lo hicieron, y Bonzzi les agradeció y subió a la patrulla. Cassinneta no entendía muy bien qué había pasado entre Komura y el detective, pero estaba algo mareado por el alcohol así que decidió marcharse a su casa. Saludó a Lloyd, le pidió un autógrafo, (Lloyd también pidió el suyo, aunque puede que solo haya sido por cortesía) y se marchó.
— ¡Papá! —Percy Jr. estaba aún en el auto. Su padre se acercó a él.
— ¿Qué ocurre?
—Yo debería preguntarlo, ¿qué pasó ahí? — Lloyd no quería contarle muchos detalles así que dijo:
— Puede que haya un criminal cerca. Mejor vení conmigo. Te cuento todo cuando lleguemos a casa. Tengo que hablar con el dueño así que acompañame —abrió la puerta del auto para que su hijo saliera.
Percy tenía unas leves ojeras bajo sus párpados, el pelo teñido de negro y una cámara Polaroid colgando del cuello. Era más pálido que su padre. Se parecían, pero él no tenía la nariz ni la cola de caballo características de Lloyd. La parte trasera del auto estaba llena de fotografías instantáneas.
— ¿Volviste a vaciar tu rollo? —preguntó Lloyd.
—Tranquilo. Todavía tengo uno.
—Deberías vender tus fotos, no puedo estar comprándote tantas películas fotográficas. ¿Escuchaste hablar del reciclaje?
—No puedo vender estas fotos.
—Sí, me imagino. —soltó un suspiro.

Al otro lado del exterior del bar, a la derecha, se asomaban unas cabezas por la pared que contemplaron todo lo que había ocurrido entre Bonzzi y compañía.
—Ese policía es un rarito —quien hablaba era Anahí Delcampos, de dieciséis años.
—No lo digas así. Suena a otra cosa… —le renegó Malén Delcampos, de diecisiete años.
— ¿Qué? —preguntó sin entender Anahí.
—No importa —respondió Malén.
—A mí me parece que es un loco —dijo Eluney Delcampos, de diecinueve años.
—Tenía una mancha de café en su saco —señaló Ailín Delcampos, de cinco años.



sábado, 9 de abril de 2016

Capítulo I - LA NOCHE DEL HOMICIDIO

1.      LA NOCHE DEL HOMICIDIO
Todo comenzó la noche del treinta y uno de octubre del año mil novecientos noventa y cinco, a las afueras del bar “Vieja Escuela”. Aproximadamente a la una de la madrugada, un auto se estacionó detrás del bar. Del auto salió el famoso Percival Lloyd, un comediante inglés de principios de los años ochenta que ahora daba nuevamente una gira de su rutina multicultural a lo largo de los bares y restaurantes más grandes de cada país. Un hombre astuto y elegante, conocedor de lenguas y costumbres, filántropo, y que dejaba más que solo gracia en cada una de sus rutinas. Sin duda, parte de una cultura refinada que pocos en esos días apreciaban ya.
En el asiento de acompañante estaba su hijo. A Percy Jr, por el contrario, le gustaba la fotografía, era muy solitario, pero claramente un artista como su padre. Y como artista, sufría por su arte, a su manera. Mientras que su padre hacia reír a las personas enmarcando una realidad en palabras y gestos, él las hacía profundizar en una imagen.
Mientras Percival padre hablaba con el dueño del bar, Alfredo Cassinetta estaba en la barra bebiendo un vaso de ginebra. ¿Quién es Alfredo Cassinetta?, dirán. Un músico de rock nacional cuarentón de poca fama. En su momento pudo vender algunos discos y tuvo tres singles, pero nunca fue alguien altamente reconocido. Fue el primero en salir del bar luego de que se escuchó el grito de horror. Un grito en respuesta a un disparo que estremeció toda la calle General Mansilla.
El disparo se oyó a lo largo y a lo ancho de toda la cuadra y las adyacentes. Fueron testigos los viejos japoneses dueños de la Lavandería Komura frente al bar. De esa pareja de ancianos asiáticos, fue la mujer quién gritó. La calle estaba oscura, y nadie pudo ver al atacante armado… o casi nadie. El hecho es que instantáneamente el ambiente se llenó de voces y murmullos arrulladores. Muchos salían del bar a presenciar el cuerpo de la víctima, horrorizados. El dueño del bar que se encontraba en la parte trasera junto con Lloyd, corrió hacia la entrada para ver qué había pasado. Luego de llevarse el susto de su vida, se dirigió adentro a llamar a la policía, igual que Cassinetta desde su teléfono móvil. Lloyd, desde la esquina del bar observaba lo que había pasado. En su mente sólo se escuchaba “¿Habrá sido ese tipo?”.
Media hora más tarde, con un grupo de personas, incluidos Cassinetta y Lloyd, reunidos alrededor del cuerpo, la policía hizo acto de presencia.
—Un desastre —una persona bajaba de la patrulla—. ¡Un verdadero desastre!— Oscar Bonzzi, un viejo detective de la policía que llevaba casi cuarenta años de servicio, se dirigió al cuerpo — ¿Y alguien me explica por qué pasa algo así justo en este momento? ¿En este lugar? ¿Qué es esto? ¿Una comedia barata de Hollywood? ¿Una trama trillada? Por el amor de Dios. ¿Alguien me dice quién era?
—Se llamaba Andrés Gierardi.
—Perfecto, caso resuelto —dijo con sarcasmo—. ¡Quiero info, flaco! Lugar de trabajo, familia, DNI, obra social, auto, nombre del perro, cuantas veces cagaba al día… ¡Andá a hacerme un informe, querido! —El policía asistente asintió y se retiró apresurado— Vivo rodeado de inútiles.
—Señor, ¿es algo tan importante? —dijo otro subordinado.
—Vos no te das cuenta, ¿no? —suspiró—. Mirale la pierna— en efecto, al sujeto también le habían disparado cerca del tobillo.
— ¿Es esa…?
— ¿Qué te parece? —hizo una pausa para que el policía novato lo mirara a los ojos— Más vale que es. Ese tipo nos está jodiendo la existencia. Quiere que lo descubramos. Por eso firma así a sus víctimas, ésa es su marca. Asesino hijo de puta.
Bonzzi tenía su temperamento, pero ese día estaba más nervioso que de costumbre. Al verlo, Percival decidió avanzar.
—Disculpe, señor detective —comenzó a decir.
—Mirá vos, pero si es el gran Percy Lloyd. Verdad que usted iba a actuar en este antro. Admiro su rutina.
—Muchas gracias… —dijo tratando de sonreírle al excéntrico detective—. ¿Podría decirme qué pasó?
— ¿Por qué quiere saber? Es un caso policial, no hay nada que ver, lo lamento.
— Lo escuché hablar de un asesino y una marca. Quiero… contribuir.
—Oh. Noble.
—Por favor. Creo haber visto al atacante.
— ¿Es así?
—Yo también lo vi —era una voz diferente esta vez—, desde la ventana del bar.
— ¿Alfredo Cassinetta? Las estrellas caen del cielo, qué maravilla —a Cassinetta le sorprendió que lo reconociera. Volvió a lo que quería decir.
—El tipo estaba envuelto en una especie de gabardina o piloto negro. Inclusive usaba guantes —continuó la “estrella” musical.
— ¿Puede afirmar lo que el señor dice? —se dirigió a Lloyd.
— Eh… sí, por supuesto.
— Vaya usted, tenemos a todo un profesional acá.
A ambos personajes, Lloyd y Cassinetta, les asustaba un poco el comportamiento de Bonzzi. Si usted lo viera también lo haría. Esa cara arrugada, con patas de gallo y ojos cansados. Ese bigote bien arreglado, desteñido por los años. Esa indiferencia hacia el muerto…
Se vio una silueta cruzando la calle. Bonzzi sabía que pronto llegaría otra persona a la escena.
—Más interrupciones… —se lamentó Bonzzi—. Lo siento, no puede pasar —le dijo casi gritando a la figura oscura.
—Creo que podría ayudar —quien hablaba era un chico asiático de unos veintisiete o veintiocho años—. Me llamo Nobuhiro Komura y quizás le interese lo que tengo para decirle.